Un ensayo más sobre los trágicos acontecimientos del 22 de abril de 1992, que provocaron explosiones a lo largo de ocho kilómetros en el sector Reforma y otros puntos geográficos de la urbe tapatía. Aunque se trata de un libro más bien teórico y quizá saturado de digresiones, tiene a su favor que ahí se recuperan expresiones y datos de publicaciones hoy desaparecidas, como los diarios Siglo 21 y Ocho Columnas, por citar algunos.
En interiores:
¿Olvidar o recordar el 22 de abril? Tres años después de acaecido el trágico suceso de las explosiones la respuesta a esta pregunta está todavía pendiente. Tanto damnificados y sociedad civil de Guadalajara como su gobierno no han tomado una posición clara ante esta disyuntiva. Y, sobre todo, no han definido los términos en que optarían por una u otra de las alternativas. Porque memoria y olvido poseen implicaciones muy distintas para una colectividad. Y ésta no puede quedar indiferente ante ellas.
La memoria colectiva es una construcción social. Consiste en un proceso activo que se basa en representaciones de un pasado común. Esta memoria se construye en la interacción entre personas: encuentra su fuente en el grupo particular en que permanece confinada. No hay memoria espontánea […] La memoria permite integrar el pasado en el presente y, en este sentido, domesticarlo. En vez de permanecer prisioneros del pasado, debemos ponerlo al servicio del presente. Porque no podemos librarnos del pasado al precio de la caza de brujas (O. Abel, o.c., 69).
La finalidad del olvido no es convertirse en amnesia de un pasado para sumergirlo y enterrarlo. Tampoco debe transformarse en silencio colectivo para seguir como antes. De actuar así, se corre el peligro de repetir y reproducir el pasado que se quiere ocultar. Y, en el caso de los errores, de cometerlos de nuevo. Por el contrario, el olvido puede implicar capacidad de admitir y superar los yerros del pasado. Porque reconociendo lo que ha ocurrido, se rompe con la continuación del pasado en el presente.
Bajo las ópticas anteriores, memoria y olvido pueden abrir en el presente otras posibilidades y mostrar otros futuros posibles del pasado (O. AbeI, o.c., 69), ya que pueden ponerse al servicio de la justicia, entonces, las víctimas y los culpables pueden llegar a un compromiso: construir condiciones nuevas que contribuyan a la restauración de la justicia conculcada. Memoria y olvido pueden tener entonces fines políticos. Esto sucede si operan como recursos sociales instrumentados que permiten encontrar una alternativa justa tanto a los recuerdos enfermos como a los olvidos cómplices (T. Todorov, 1992, 44).
¿Por qué la memoria puede tener fuerza política? Este supuesto se basa en el dato central de que la política es el ejercicio del poder. Pero éste no es tanto algo que una minoría posee (como si fuera un objeto) sino, ante todo, una relación social entre gobernantes y gobernados. Y las vinculaciones entre ambos se regulan a través de derechos y obligaciones. Por ello, la memoria de estos derechos y obligaciones posee una dimensión política.
A la luz de los considerandos anteriores, este ensayo tiene por objeto precisar el carácter, tanto de la memoria como del olvido, que acerca del 22 de abril han construido en Guadalajara los damnificados, la sociedad y el gobierno.
¿Olvidar o recordar el 22 de abril?
Juan Manuel Ramírez Sáiz y Jorge Regalado Santillán
CUCSH-UdeG
1a edición, 1995, pp. 275
Guadalajara, Jalisco
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